domingo, 26 de enero de 2014

EL HÉROE DE JERUSALÉN


 I

-  Hijo, hijo, ¡despierta! Ben Gurion está hablando en la radio. Vístete, vamos. Todo el kibutz está reunido en el salón principal.
Mi padre entró en la habitación y encendió la luz.
Pero, ¿qué pasa, papá? ¡Apaga la luz, por favor! Estoy cansado, he estado todo el día recogiendo fruta en la plantación. Déjame dormir –contesté, dándome la vuelta en la cama y enterrando la cara en la almohada.
Te doy dos minutos –me dijo, destapándome-.  Eitan ha ordenado que todos los miembros de la comunidad acudan antes de las once.  Hoy es el día, Guibor. Voy para allá. Dos minutos.
Mi padre parecía muy excitado. Me levanté y miré por la ventana. Varias personas corrían entre los barracones lanzando vítores.  Tanta agitación en el kibutz sólo podía significar una cosa: el Estado de Israel estaba a punto de nacer. Los rumores sobre cuándo se produciría la declaración de independencia habían ido en aumento desde hacía semanas. Todos realizaban cálculos y predicciones sobre el momento exacto en que tendría lugar. Yo aposté a que se produciría en la fiesta de “Savohot”, a finales de junio, que celebra la recepción de la Tora, la revelación de la ley judaica a Moisés en el monte Sinaí. Creía que elegirían una fecha simbólica para la creación del nuevo estado, algo que pusiera de manifiesto el derecho histórico del pueblo judío sobre la tierra del mandato británico, pero me equivoqué. Aquel 14 de mayo no tenía nada de religioso ni de histórico, pero cambió nuestras vidas para siempre.

jueves, 16 de enero de 2014

GAMONAL: NO NOS TOQUÉIS LA CALLE


Parece que los políticos no entienden, o no quieren entender, que no deben tocar la calle. Nunca. Ya han metido sus sucias y corruptas manos en todos los escenarios de la vida pública posibles, pero la calle… la calle es otra cosa. La calle es el lugar donde transcurre la vida real del pueblo, donde los ciudadanos se reúnen para ser en comunidad. La calle es un concepto abstracto que va más allá del cemento, de las aceras, los bloques de edificios y los comercios: la calle es la dimensión pública del hombre moderno. La calle, pese a la abstracción del término, tiene voz. Y cada vez que el dinero de la corrupción trata de introducirse en ella, grita. El grito es siempre el mismo: no toquéis la calle. No nos toquéis la calle.

martes, 7 de enero de 2014

EMIGRACIÓN Y EXILIO ECONÓMICO


El gobierno de España está en guerra. Es una guerra silenciosa, sin tanques, soldados en trincheras o bombardeos. Es una guerra moderna, táctica y estadística, desarrollada a través de leyes y basada en el principio de exclusión social. Es fácil seguir las diferentes etapas de esta guerra: el primer objetivo fueron los parados de larga duración, actualmente más de tres millones, a los que les rebajaron los subsidios o, en muchos casos, directamente se los quitaron; el siguiente, fueron los inmigrantes sin permiso de residencia, que asistieron impotentes a la pérdida del derecho a la Sanidad pública; el tercer grupo ha sido el de las mujeres, que han visto como la nueva Ley del Aborto ponía fin a su derecho a decidir sobre su propio cuerpo; el último, el de los jóvenes emigrantes o “jóvenes aventureros”, en palabras de la nefasta ministra de Empleo, Fátima Ibáñez, que disfrazó, con tremendo cinismo, una emigración más cercana al exilio que a la “aventura” que ha alcanzado ya la cifra de trescientos mil jóvenes. Esta última ofensiva consiste en la exclusión de la Sanidad pública de los parados que pasen más de 90 días en el extranjero. Quien más y quien menos, todos tenemos algún amigo o familiar que se ha visto empujado a emigrar buscando las oportunidades que España niega. O, quizás, como en mi caso, eres tú ese familiar o amigo. De cualquier modo, todos somos conscientes del drama que representa para un país que sus jóvenes emigren hacia otras tierras asediados por la precariedad y la falta de futuro. El drama no es sólo económico: también lo es social, psicológico y moral.  Sobre todo moral, porque un país que obliga a sus jóvenes a emigrar es un páramo sobre el que no llueve, condenado a convertirse en un desierto en el que nunca más brotarán flores.