martes, 16 de julio de 2013

UN CAFÉ PARA LLEVAR



Son las 8:30 de la mañana y amanece en Curitiba. Enciendo el primer cigarrillo del día mientras camino hacia la terminal de autobuses de Guadalupe, en el centro de la ciudad. El sol se asoma desde las azoteas de los edificios por primera vez en una semana. El invierno austral golpea duro en esta parte de Brasil. El sol del invierno es un sol tímido y pequeño. Sus rayos apenas aparecen durante unas horas algunas mañanas, lo suficiente para conceder una tregua en este clima frío y húmedo, pero no dura demasiado. Yo, particularmente, noto mucho su falta. Una parte de mí aún sigue en España, donde ahora es verano. El mes de julio en mi mente es el mes del calor mesetario, de las noches tendido en el césped de algún parque mirando las estrellas y de los paseos con mi perro por las dehesas que se extienden por los alrededores de Alcobendas, mi ciudad natal. Quizás por eso me noto más cansado y lento que de costumbre. Quizás también por eso he aumentado mi consumo de tabaco. Estoy en una cajetilla diaria, y subiendo. El humo de los cigarrillos calma la ansiedad que estos cielos nublados me causan.