Son las 8:30 de la mañana y amanece en
Curitiba. Enciendo el primer cigarrillo del día mientras camino hacia la
terminal de autobuses de Guadalupe, en el centro de la ciudad. El sol se asoma
desde las azoteas de los edificios por primera vez en una semana. El invierno
austral golpea duro en esta parte de Brasil. El sol del invierno es un sol
tímido y pequeño. Sus rayos apenas aparecen durante unas horas algunas mañanas,
lo suficiente para conceder una tregua en este clima frío y húmedo, pero no
dura demasiado. Yo, particularmente, noto mucho su falta. Una parte de mí aún
sigue en España, donde ahora es verano. El mes de julio en mi mente es el mes
del calor mesetario, de las noches tendido en el césped de algún parque mirando
las estrellas y de los paseos con mi perro por las dehesas que se extienden por
los alrededores de Alcobendas, mi ciudad natal. Quizás por eso me noto más
cansado y lento que de costumbre. Quizás también por eso he aumentado mi
consumo de tabaco. Estoy en una cajetilla diaria, y subiendo. El humo de los
cigarrillos calma la ansiedad que estos cielos nublados me causan.