Para Rafael Narbona y su perrita Marta, rescatada de un criadero de animales.
Desde tu jaula de cristal, observas el mundo de fuera. Tu
cerebro acusa las veinte horas al día que pasas encerrado entre paredes de metacrilato.
La luz artificial ha convertido tus ojos de cachorro en dos lagunas negras. Paso
el dedo por delante de ellos, pero tu mirada permanece fija en algún punto del
cristal. Quizás miras la cerradura. Quizás piensas en tu madre, una perra
utilizada para el lucro. Una perra-objeto, una máquina de hacer dinero, porque
tú y todos tus hermanos costáis novecientos euros. Quizás piensas en
convertirte en pájaro y volar lejos de este planeta. Quizás no piensas, porque
eres un perro, y dicen que los perros no piensan. Pero sé que sientes.