lunes, 19 de marzo de 2012

SUS OJOS ERAN UN INCENDIO


Sus ojos eran dos ascuas encendidas que relucían en la penumbra del salón. Tenía el lomo arqueado y se desperezaba, ajena a mi presencia. No quise perturbar su paz. Dicen que los gatos pueden ver cosas que los seres humanos somos incapaces de percibir. Su mirada estaba fija en un punto indeterminado de la pared. Las sombras que arrojaban las farolas de la calle bailaban sobre los muros. Me parecían espectros que se debatían con furia entre la herrumbre y el polvo de un tiempo ya muerto. Me acerqué hasta ella,  pero la gata no se inmutó. El brillo de su mirada iluminaba tenuemente la habitación, como dos luces que titilan en la distancia, débiles pero incombustibles. Quizás, quién sabe, estaba recordando tiempos más felices. Quizás el baile de las sombras trajo a su memoria de felino tranquilo una época llena de luz y movimiento, una época en la que la muerte aún no había hecho presencia, colmando la casa de silencios y sufrimiento.

Me senté delante de ella. Estábamos los dos solos en la oscuridad. Permaneció unos segundos más mirando atentamente la pared y, de pronto, fijó sus ojos afilados como estacas en mí, como interpelándome. Su voz se alzó rompiendo el silencio, sobrecogiéndome.

- Esta casa está llena de sombras. Vosotros creéis que no me doy cuenta, pero veo las sombras en estas paredes, en vuestros ojos, en las palabras que no os decís. Me siento en este sofá y os observo. Veo vuestros movimientos mecánicos, impulsados por la rutina, pero siento vuestro espíritu consumiéndose entre el duelo y la necesidad de seguir avanzando. ¿Crees que no te observo comiendo solo en la mesa de la cocina, disminuido, con la soledad lacerándote la piel y ennegreciendo tus ojos? ¿Hace cuánto tiempo ves el mundo desdibujado por el miedo a los días que no han llegado? Eres como una luz intermitente: te enciendes a momentos, pero permaneces apagado la mayor parte del tiempo. Eres un rescoldo de un fuego que ardió y ahora está frío.
- No es fácil. Lo viví demasiado pronto. Era muy joven. Aún no he sabido explicármelo, eso es todo.
- No, no es cierto. Ya conoces las respuestas a todos los interrogantes. Él no está, no va a volver. Tropiezas una y otra vez en el mismo punto del camino. Desligarse, avanzar, continuar luchando son pasos necesarios, que has dado, pero tus piernas se entumecen cada pocos metros. Tu dolor es tuyo y a la vez pertenece a todos. En todas las casas hay dolor, silencios que no se llenan nunca y palabras que no son pronunciadas.
- No puedes saber eso, nunca has salido de estas cuatro paredes. Tu vida ha discurrido paralela a la nuestra. También tú sentiste la pérdida. Te oímos maullar enloquecida la noche que todo ocurrió.
- Mi especie acompaña a la vuestra desde hace cinco mil años. Generación tras generación, hemos sido testigos de vuestros anhelos, logros y fracasos. Para los egipcios éramos animales sagrados, capaces de conectar con el mundo de los muertos. No necesito vivir la tristeza de otros hogares rotos para conocerla. Esta casa no es la única que tiene grietas invisibles. No lo olvides: yo veo cosas que tú no puedes ver.


Me levanté del sofá y me acerqué hasta ella. Le tendí una mano, me olió, y me miró a los ojos. Sus pupilas eran un incendio en el que se retorcían los fantasmas del pasado. Se alzó sobre sus patas traseras y puso las delanteras sobre mi pecho. La recogí, abrazándola y volví a sentarme, con ella en mi regazo. Sentía su calor y su pequeño corazón latiendo sobre el mío.
- No estás solo, aunque pienses que sí. Nadie lo está. La vida es una trampa, un engaño, un sueño vivido por muchos del que es difícil despertar. La muerte nos arrebató una pieza fundamental de nuestras vidas. Yo también le echo de menos, en los días y en las noches. Pero, créeme, la muerte no es nada. Es otro paso hacia lo desconocido, hacia el lugar en el que nos reuniremos todos.
- Me dan miedo tus ojos, parece como si despidieran llamaradas. Incandescentes. ¿Qué estás viendo? ¿Por qué te brillan con tanta intensidad?
- Llevamos cinco mil años reflejando el brillo de la Luna. Habitamos en las noches. Vivimos más cerca del cosmos que de la Tierra. Ahora estoy viendo tu pasado, mezclándose con el porvenir. Veo a los vivos y a los muertos de la mano por los caminos, con los recuerdos como único lazo entre la plenitud y la ausencia. Os veo transitar por el tiempo demasiado conscientes de vuestra finitud. Sólo soy una gata, pero mis ojos pueden alumbrar tu oscuridad, para hacerte consciente de que nada muere para siempre, de que la soledad no existe, de que lo que un día fue, será por siempre. Mírame a los ojos, no tengas miedo. Este incendio en el que se fragua el futuro no te quemará. Deja que tus párpados se llenen de luz y abandona las sombras.


JAVIER NIX CALDERÓN

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