sábado, 14 de enero de 2012

YO AMÉ A UN POETA


A Rafael Narbona, que me enseñó que el recuerdo se hace eterno en las palabras.

Mi batallón lleva una semana atrincherado en este lugar, esperando la ofensiva. Las noticias que vienen desde Euskadi no son buenas: los nacionales han tomado San Sebastián, y avanzan imparables hacia Cantabria. La resistencia no ha sido efectiva. Los pueblos y ciudades del oeste del País Vasco han caído como caen las cartas en los castillos de naipes,  una tras otra y a una velocidad vertiginosa. Llevamos desde que arribamos a esta colina cavando trincheras. Es un trabajo agotador. Muchos sabemos que presumiblemente este será nuestro final. Estamos aislados del resto del territorio leal a la República. La línea del frente es apenas una sucesión caótica de posiciones defensivas con unos pocos millares de hombres y algunas ametralladoras anticuadas. Si Cantabria cae, supondrá el comienzo del fin para la República. Todos lo sabemos, por eso cavamos en silencio. Veo determinación en los rostros de mis compañeros, pero es imposible no apreciar la aflicción de unos ojos que miran con miedo hacia la lejanía, intuyendo que la hora final se acerca.